Gran Canaria mira al cielo desde hace siglos. Su horizonte no termina en el Atlántico ni en la silueta de sus montañas volcánicas, sino que se proyecta hacia el espacio, hacia ese celaje luminoso que ha marcado la vida de quienes la han habitado desde hace más de mil años. Los antiguos canarios desarrollaron una cultura profundamente vinculada a los astros, construyendo templos rupestres como los de Risco Caído o Cuatro Puertas, verdaderos observatorios que les permitían anticipar los ciclos solares y lunares para asociarlos a su forma de vida. Aquella sabiduría, inscrita en la piedra y en la memoria colectiva, constituye un testimonio extraordinario de cómo este territorio insular siempre ha mantenido un diálogo permanente con el universo

Hoy, siglos después, ese diálogo se ha transformado en ciencia, tecnología y cooperación internacional. El cielo grancanario no solo se contempla, también se mide, se escucha y se interpreta gracias a complejos de antenas, estaciones geodinámicas y espaciales y centros de investigación que la sitúan en el mapa global de la exploración espacial. Esa continuidad histórica, que une la mirada ancestral con el conocimiento contemporáneo, confiere a la isla una vocación espacial única y una oportunidad irrepetible para proyectarse hacia el futuro.

Gran Canaria no es un punto cualquiera en el planeta. Su condición insular y su ubicación estratégica en el Atlántico la han convertido en escala y referencia durante siglos de navegación. Lo fue para Cristóbal Colón y otros marinos que cruzaron los océanos y lo sigue siendo para la navegación y la comunicación espacial. Esta isla reúne varios reconocimientos internacionales excepcionales fruto de su relación con el cielo: la Reserva de la Biosfera, el Paisaje Cultural de Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria, Patrimonio de la Humanidad o el Destino Starlight, certifican el reconocimiento mundial a la calidad y la originalidad del cielo de la isla y su relación especial con la población. Esta isla redonda anclada en el mar, aloja también el complejo de antenas del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) en Maspalomas, como antes la NASA y, próximamente, una infraestructura puntera como la estación de la Red Atlántica de Estaciones Geodinámicas y Espaciales (RAEGE), en Temisas.

Probablemente no exista otro lugar en el mundo que reúna todas estas certificaciones y funciones vinculadas al paisaje y su cielo. Porque la isla es, en sí misma, un laboratorio natural y tecnológico que demuestra que no solo somos un destino turístico atractivo, sino también un espacio de ciencia, innovación y futuro.

La historia moderna de la vocación espacial de Gran Canaria tiene un punto de inflexión claro: la llegada de la NASA a finales de los años cincuenta. En 1959, técnicos estadounidenses visitaron el sur de la isla y eligieron unos terrenos próximos al Faro de Maspalomas para instalar una estación de seguimiento de vehículos espaciales. El acuerdo diplomático se formalizó en 1960 y Gran Canaria pasó a formar parte del limitado mapa mundial de enclaves estratégicos para la carrera espacial.

Desde esa primera estación, conocida como CYI (Canary Island), se prestó apoyo a los programas Mercury y Gemini, antesala de la epopeya Apolo. Fue en Montaña Blanca, a solo unos kilómetros de la ubicación inicial, donde se reforzó el complejo en 1968 y desde donde se apoyó de manera decisiva a la misión Apolo 11. El 20 de julio de 1969, cuando Armstrong y Aldrin pisaron la Luna, una parte de ese éxito también pertenecía a Gran Canaria. Se corrigió desde aquí un error que garantizó el éxito de la operación. Tanto fue así que, tras su regreso, los tres astronautas —Armstrong, Aldrin y Collins— eligieron la isla como parada personal y sin protocolo de su gira europea, para agradecer la contribución de Maspalomas.

Ese vínculo con la NASA se prolongó hasta 1975, cuando la agencia estadounidense transfirió las instalaciones al Estado español. Desde entonces, bajo la gestión del INTA, comenzó una nueva etapa que este 2025 cumplirá medio siglo. Y no ha sido una etapa menos importante, porque desde Maspalomas se han apoyado misiones como Skylab, el acoplamiento Apolo-Soyuz, proyectos de observación de la Tierra, programas de salvamento mediante radiobalizas y colaboraciones con agencias como la ESA o la japonesa JAXA.

Hoy, el Centro Espacial de Canarias alberga más de cuarenta antenas y sigue siendo esencial para las telecomunicaciones globales y el desarrollo tecnológico. Lo más relevante es que más del 90 % de su plantilla está compuesta por profesionales canarios formados en la isla, lo que demuestra que esta vocación espacial también se traduce en empleo cualificado, talento local y desarrollo e innovación.

52774593004 91fed19f23 oEl medio siglo de gestión española del Centro Espacial de Canarias coincide con un momento clave: la necesidad de preservar, divulgar y multiplicar un legado que corre el riesgo de diluirse en la memoria. No se trata solo de infraestructuras, sino de un patrimonio histórico, cultural y científico que debe ser reconocido ampliamente. Es necesario reforzar un relato que es al mismo tiempo local y universal: Gran Canaria como escenario de la epopeya humana por conquistar el espacio. No se trata de nostalgia. La memoria de Maspalomas y Montaña Blanca no es un mero recuerdo, sino una plataforma de futuro. Reconocer el papel que tuvo la isla en la llegada a la Luna o en las misiones posteriores es también una manera de inspirar a nuevas generaciones, de fomentar vocaciones científicas y de situar al archipiélago en el lugar que le corresponde dentro de la exploración espacial y el desarrollo de las telecomunicaciones.

La construcción de la estación RAEGE en Agüimes refuerza este horizonte. Este complejo contará con un radiotelescopio de última generación, estaciones GNSS, un reloj atómico y un pabellón de gravimetría, lo que lo convierte en un referente internacional para estudios de geodinámica y observación espacial. Con una inversión de casi seis millones de euros, se suma a la red mundial de estaciones de alta precisión y confirma que Gran Canaria sigue siendo un lugar idóneo para observar el planeta y el cosmos.

Pero más allá de lo técnico, estas instalaciones que fueron pioneras en el mundo, abren la puerta a una certeza, aprovechar esta vocación espacial para generar un modelo de desarrollo sostenible. La economía del espacio no es ciencia ficción. Ya es un sector estratégico capaz de generar riqueza, innovación y empleo. Gran Canaria puede y debe situarse en ese mapa, no solo como receptora de antenas o estaciones, sino como generadora de conocimiento, como territorio que apuesta por la investigación, la transferencia tecnológica y la formación especializada.

El INTA y toda la historia que les he narrado dependen del Ministerio de Defensa. En estos momentos el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades coordina y financia el desarrollo espacial en España a través de la Agencia Espacial Española (AEE) y con fondos europeos del Plan de Recuperación y el apoyo de la Agencia Espacial Europea (ESA), impulsa en España el PERTE Aeroespacial y el Programa Tecnológico Espacial. Gran Canaria no puede quedar fuera de esta estrategia. La experiencia del INTA no se puede dejar de lado ante el impulso que se pretende dar a la investigación, la innovación y el desarrollo de tecnologías espaciales. Los dos ministerios deben estrechar su colaboración y aprovechar la experiencia cualificada del INTA, sus profesionales y sus instalaciones para avanzar en el desarrollo espacial del estado español. Defensa y Ciencia no pueden darse la espalda, sino hacer todo lo posible cada uno para aunar esfuerzos y sumar y coordinar objetivos.

Gran Canaria tiene una vocación espacial que hunde sus raíces en la cultura aborigen y que se proyecta hoy en complejos tecnológicos de vanguardia. La isla debe reivindicar su papel en esa aventura colectiva. Porque Gran Canaria no solo mira al mar o al turismo, también mira al espacio. Y en ese horizonte infinito se juega una parte de su identidad y de su futuro.

Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria. Islas Canarias.

En Canarias llevamos años trabajando en el diagnóstico del reto demográfico, a través de la Comisión de Estudio en el Parlamento y de la Conferencia de Presidentes. Sabemos con precisión cuáles son nuestras debilidades, qué islas están más expuestas a la pérdida de población y qué territorios soportan una presión desmedida en servicios y recursos. El diagnóstico está hecho. Lo que falta ahora es actuar con valentía y determinación

El futuro del Archipiélago no se juega en los papeles, sino en la capacidad de nuestras instituciones para legislar, planificar y cooperar. Afrontar el reto demográfico exige entender que territorio, población, economía y sociedad son piezas inseparables de un mismo engranaje. Si una de ellas se desequilibra, todas se resienten.

Debemos establecer límites al crecimiento desordenado. No podemos seguir expandiendo infraestructuras, turismo y población sin atender a la sostenibilidad de nuestro medio natural ni a la calidad de vida de la ciudadanía. Por eso propongo medidas concretas: una ley de residencia, normas que impulsen las economías rurales, y restricciones a la compra de vivienda por parte de extranjeros. No se trata de cerrar puertas, sino de garantizar que sigamos viviendo con calidad de vida en nuestra tierra.

En el ámbito fiscal, insisto en que La Palma, La Gomera y El Hierro necesitan un tratamiento diferenciado. Las llamadas “Islas Verdes” requieren incentivos económicos propios para crear empleo, retener población y ofrecer igualdad de oportunidades. Sin esa fiscalidad justa, condenamos a estos territorios a la despoblación.

Algunas de estas medidas tienen un coste económico, pero otras dependen únicamente de la voluntad política. Lo que necesitamos es coraje y compromiso. Tenemos que profundizar en cuestiones básicas como la vivienda, la simplificación administrativa o la financiación autonómica. Cada año que pasa, Canarias suma más de 25.000 habitantes. Si no actuamos ya, llegará el momento en que la realidad se desborde.

Sin duda, el reto demográfico no es un debate académico, es una urgencia vital. Si no tomamos decisiones firmes, las próximas generaciones tendrán dificultades para vivir en su propia tierra. No podemos legarles un Archipiélago colapsado, con desigualdades crecientes y oportunidades desiguales. Tenemos la obligación moral de actuar ahora.

La respuesta a este desafío exige valentía política y cooperación institucional. Ninguna administración, por sí sola, podrá resolverlo. El Congreso celebrado en Gáldar debe ser un punto de inflexión para seguir profundizando en propuestas que den frutos. Ya hemos dado pasos, ahora toca tomar decisiones valientes que den sus frutos.

El futuro de Canarias está en juego, y no hay tiempo que perder.

Casimiro Curbelo. Presidente del Cabildo de la isla de La Gomera. Islas Canarias.

El turismo es para Gran Canaria una actividad que condiciona nuestra economía, repercute en la calidad de vida de cientos de miles de personas, dinamiza nuestra cultura y genera un impacto significativo sobre el territorio y el patrimonio. El Cabildo lo entiende así y por eso desde el gobierno de la isla estamos impulsando modificaciones para favorecer un modelo de turismo sostenible que reduzca los riesgos y permita un desarrollo equilibrado que beneficie a la mayoría social y respete el medio ambiente

Esta nueva orientación requiere un dialogo con la representación empresarial y sindical, con los ayuntamientos, con personas expertas y con otros interlocutores sociales vinculados o preocupados por el impacto de la industria en la sociedad y en el medio. De ello hemos hablado en Overbooking esta semana. Ha sido el pistoletazo de salida del programa de actividades puesto en marcha para conmemorar el 50 aniversario de la creación del Patronato Provincial de Turismo, hoy Turismo de Gran Canaria.

Al cumplirse medio siglo de promoción turística del Cabildo de Gran Canaria creo que es el momento justo para pensar en las prioridades del futuro contando con la experiencia adquirida. Desde que la Grecia clásica nos bautizó como las “Islas Afortunadas” o Roma con Plinio el Viejo que ya conocía a esta “Insula canariae” y habló bien de ella, hasta que en el siglo XX se nos reconoció como un “continente en miniatura”, pasando por la reciente proclamación orgullosa de ser “la isla de mi vida”, Gran Canaria ha aprendido a contarse a sí misma en clave turística. Esa narrativa es más que un ejercicio publicitario. Es un relato cultural, una forma de vernos y de proyectarnos. Como explicó el sociólogo John Urry, “el turismo no solo consume lugares, también los produce”. Y en ese sentido, Gran Canaria ha sabido producirse como un lugar plural, diverso y acogedor desde hace más de un siglo y medio.

cabecera lpgcCincuenta años atrás, el Cabildo creó el Patronato Provincial de Turismo de Las Palmas. Fue una decisión valiente y visionaria. En un tiempo en el que España buscaba superar el subdesarrollo, aquel organismo profesionalizó la gestión de un sector que ya despuntaba como motor económico. Se trataba de pasar, a pesar de los limitados recursos con los que contaba, de la improvisación a la estrategia, de la propaganda a la promoción con análisis, calidad y planificación. No era un salto en el vacío: ya en 1934 el artista Néstor Martín-Fernández de la Torre, su hermano Miguel y el publicista Domingo Doreste habían impulsado el primer Centro de Iniciativas y Turismo de España. Fueron visionarios que entendieron que una isla en el Atlántico podía consolidar su papel de escala intercontinental y, con ello, un lugar de encuentro, de modernidad y de progreso.

Los resultados de esas decisiones han sido extraordinarios. Hoy el turismo representa más del 35% del PIB insular y más del 40% del empleo. En 2024 alcanzamos un récord histórico de 6.034 millones de euros en facturación, con un gasto medio de 171 euros por persona y una ocupación del 81,5%, sin necesidad de aumentar la planta alojativa. Y lo más importante: este crecimiento ha tenido reflejo en la vida de la gente. La isla alcanzó en 2024, con 404.600 personas trabajando, el nivel de empleo más alto de su historia - un 37% más que en 2015 - y una reducción del paro del 59%. Las familias ingresan más: la renta media por hogar ha crecido un 20% en la última década. El turismo ha sido, pues, mucho más que una industria: ha sido un vector de dignidad y de oportunidades.

Pero no todo es positivo, reconozco que se han producido y se siguen produciendo desajustes y excesos que generan un malestar creciente en un sector de la población que siente que la masificación de nuestras islas -en unas más que otras- por un crecimiento constante de visitantes, está empeorando nuestras condiciones de vida, saturando los servicios públicos, encareciendo la vivienda y reduciendo la calidad del empleo. Las movilizaciones sociales están reclamando que los beneficios del turismo se democraticen para compartir resultados positivos y sacrificios. También, al mismo tiempo, que se preserven los valores naturales y patrimoniales y se evite una afección sensible en espacios de gran valor medioambiental o cultural.

Estoy convencido de que tenemos que reorientar nuestro modelo turístico para conectar con ese sentimiento creciente de la población que reclama vivir con dignidad, afianzando nuestra identidad, en un territorio conservado y protegido. Y creo que estamos a tiempo de alcanzar consensos sobre las prioridades de la próxima década.

El verdadero cambio no está en los números, sino en el enfoque. En los últimos diez años Gran Canaria ha apostado por un modelo turístico distinto: no crecer sin medida, sino gestionar mejor. No podemos seguir creciendo en número de visitantes y en superficie construida. Debemos priorizar el aumento del gasto por visitante frente al aumento constante de turistas. Estamos descentralizando la actividad y la oferta hacia los 21 municipios, logrando que el interior también se beneficie: desde 2019 los ingresos turísticos en esas zonas han crecido un 66%. Y se ha diversificado la oferta, impulsando el turismo rural, activo, gastronómico y cultural, que complementa al tradicional sol y playa.

Esta transformación conecta con una visión más global. Como escribió el economista Jeffrey Sachs, “el desarrollo sostenible es el desafío moral de nuestro tiempo”. Y Gran Canaria lo ha entendido: ha triplicado su producción de energías limpias desde 2015, ha alcanzado un 25% de cuota verde y cuenta con certificaciones internacionales como Reserva de la Biosfera, Patrimonio de la Humanidad, Destino Biosphére o Destino Starlight.

54793397129 5805458b6a o 1024x683El debate sobre sostenibilidad en el sector turístico no es exclusivo de Canarias. Ciudades como Venecia, Barcelona o Ámsterdam han sufrido las consecuencias de la masificación y han tenido que imponer límites al flujo de visitantes. En contraste, Gran Canaria se ha distinguido por buscar un equilibrio. Aquí no se percibe un sentimiento de turismofobia. Lo que existe es la conciencia de que debemos seguir corrigiendo excesos y equilibrando los beneficios. El reto es claro: convertir el turismo en un aliado de la sostenibilidad. No basta con no dañar; es necesario regenerar. Como sostiene Anna Pollock, referente del turismo regenerativo, “el turismo del futuro no debe limitarse a ser sostenible, debe contribuir activamente a restaurar lo que hemos perdido”.

Esto significa reforzar la soberanía hídrica, energética y alimentaria; consolidar nuestro Patrimonio Mundial y lograr el Parque Nacional de Guguy; potenciar el producto local y el kilómetro cero; garantizar que los ingresos del turismo lleguen también a agricultores, artesanas y pequeños empresarios; y, en definitiva, construir un modelo donde el bienestar de las personas que aquí residimos sea tan importante como la satisfacción de las que nos visitan.

Más allá de infraestructuras, estadísticas y certificados, lo que distingue a Gran Canaria es algo mucho más humano: la acogida de su gente, la convivencia en paz y la seguridad. Colectivos como el LGTBI+ reconocen en esta isla un espacio seguro, libre y respetuoso, donde la diversidad no solo se tolera, sino que se celebra. Esa hospitalidad explica la altísima fidelidad de nuestros visitantes. Porque el turista no regresa solo por el clima, la playa o la gastronomía. Regresa porque aquí se siente en casa. Es a esta gente a la que no podemos fallar, socializando los beneficios, regulando los usos, limitando los excesos, captando recursos para proteger, regenerar y restaurar los ecosistemas y los servicios públicos afectados. El escritor Paul Theroux lo expresó con acierto: “el viaje no consiste en ver nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Y quienes nos visitan descubren en Gran Canaria una forma distinta de mirar y de vivir. Una relación íntima entre paisaje y paisanaje isleño.

La historia reciente demuestra que el turismo en Gran Canaria no es inmune a las crisis globales. La recesión de 2008, la quiebra de Thomas Cook, la pandemia de la COVID-19 o la inflación reciente han puesto a prueba al sector. Pero también han mostrado su resiliencia. Lejos de hundirse, Gran Canaria ha salido más fuerte, con un tejido empresarial más diversificado y resistente. La experiencia de estas crisis refuerza una convicción: la clave no está en depender ciegamente del turismo, sino en integrarlo en una economía plural, donde la agricultura, la innovación tecnológica, las industrias culturales, las economías azul y circular o las energías renovables también tengan un papel protagonista.

El futuro del turismo en Gran Canaria pasa por varias claves: apostar por más calidad y menos cantidad, generando más recursos con menos visitantes. Seguir mejorando y modernizando las infraestructuras y los equipamientos públicos. Consolidar la diversificación territorial y de productos, para que cada municipio o comarca encuentre su espacio en la oferta global. Reforzar la soberanía energética e hídrica, de manera que el impacto de los visitantes sea compatible con la sostenibilidad del territorio. Profundizar en la democratización de los beneficios, de forma que lleguen a los sectores sociales que más lo necesitan y que más se esfuerzan. Debe también defender la implantación de una ecotasa que aporte recursos directos para adecuar las infraestructuras al crecimiento poblacional que provoca la industria e igualmente una Ley de residencia, el control de la vivienda vacacional la limitación de la compra de viviendas por extranjeros.

No es una tarea fácil. Pero nunca lo fue y eso no frenó a aquellos pioneros, los que crearon las primeras entidades y publicaciones, los espacios que hoy disfrutamos. El Patronato que se adelantó a la profesionalizacion y a la propia creación del ente nacional, Turespaña, una década después. Y lo es porque contamos con la experiencia, con el compromiso institucional y, sobre todo, con el carácter de nuestra gente.

El turismo ha sido, es y seguirá siendo una gran palanca de transformación de Gran Canaria. Pero lo verdaderamente decisivo es cómo lo gestionemos en adelante. Si lo convertimos en una industria voraz, corremos el riesgo de hipotecar nuestro futuro. Si lo entendemos como un instrumento de equidad, sostenibilidad y cultura compartida, entonces podremos mirar con confianza hacia las próximas décadas.

Gran Canaria no puede ni debe convertirse en un destino masificado y despersonalizado. Debe seguir siendo lo que ya es: un lugar que invita a vivir con plenitud, que cuida de su entorno y de su gente, que recibe al mundo sin renunciar a su identidad. En definitiva, Gran Canaria no es solo un destino turístico. Es un proyecto colectivo. Es, como decimos con orgullo, la isla de nuestra vida.

Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria. Islas Canarias.

Cada 30 de septiembre renovamos nuestra memoria y nuestro compromiso con una de las señas de identidad más profundas de La Gomera: el Silbo. Han pasado ya dieciséis años desde que la UNESCO reconociera este lenguaje único como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y sigue emocionándonos saber que lo que un día fue herramienta de supervivencia de nuestros antepasados hoy se erige como símbolo de orgullo colectivo y referente internacional de creatividad y resistencia cultural

El Silbo Gomero es mucho más que un sistema de comunicación: es un espejo de nuestra historia, de la inteligencia de un pueblo que supo transformar las dificultades de un territorio abrupto en oportunidad. Gracias al Silbo, se acortaron distancias, se mantuvo unida la comunidad y se tendieron puentes invisibles que aún hoy siguen resonando en nuestros barrancos. Es, además, el único lenguaje silbado articulado de Canarias, un patrimonio vivo que merece respeto, protección y difusión constante.

En estos años, el esfuerzo por garantizar su continuidad ha sido decisivo. La incorporación del Silbo a los centros educativos marcó un antes y un después, asegurando que cada generación de gomeros y gomeras creciera conociendo y practicando esta herencia cultural. Pero no ha sido solo la enseñanza formal la que ha dado frutos. El compromiso de los maestros silbadores, muchos de ellos herederos directos de quienes mantuvieron viva la tradición en los momentos más críticos, ha permitido que el Silbo se escuche hoy con más fuerza que nunca.

Quiero detenerme especialmente en la Asociación Cultural Silbo Gomero y en la Comunidad Portadora, cuyo trabajo constante, generoso y comprometido ha sido esencial para consolidar este camino. Su empeño en la enseñanza, en la organización de encuentros y jornadas, en la difusión dentro y fuera de la isla y en la defensa firme de la autenticidad del Silbo, constituye un ejemplo de responsabilidad colectiva. Sin su participación activa, este patrimonio correría el riesgo de convertirse en un mero símbolo vacío, y no en lo que es: una práctica viva, compartida y con futuro.

Defender el Silbo es defender nuestra identidad. No basta con reconocer su valor histórico o con aplaudir su belleza sonora: es necesario cuidarlo, transmitirlo y blindarlo frente a la imitación, la banalización o el olvido. Igual que Garajonay nos recuerda el tesoro natural que tenemos, el Silbo nos recuerda que nuestra cultura es tan fuerte como los lazos que nos unen como pueblo.

En este decimosexto aniversario de su declaración como Patrimonio de la Humanidad, renovemos el compromiso de seguir silbando con orgullo. Que el eco del Silbo Gomero siga cruzando barrancos, generaciones y fronteras, como un mensaje claro al mundo: la creatividad humana, cuando se enraíza en la tierra es eterna.

Casimiro Curbelo. Presidente del Cabildo de la isla de La Gomera. Islas Canarias.

Estamos a las puertas de un nuevo curso universitario. El próximo miércoles día 17 tendrá lugar, en el Paraninfo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, el acto institucional de comienzo del curso académico 2025-2026. No sé si estaremos ante un evento meramente protocolario, con una importante representación de la sociedad grancanaria, que pasará de puntillas sobre los preocupantes déficits de las universidades públicas canarias

Me preocupa enormemente la situación de la ULPGC, en realidad la situación de las universidades públicas canarias. Este es el tercer artículo en el que analizo el momento de precariedad en el que viven. Las deficiencias críticas que padecen exigen que aproveche el momento del inicio del curso escolar para reiterar, con más fuerza si cabe que en las anteriores ocasiones, lo que he planteado públicamente defendiendo un cambio de rumbo por parte de las autoridades educativas en el trato a la ULPGC y la ULL. Para que el Gobierno de Canarias responda con sensibilidad y determinación a unas carencias que no pueden perpetuarse.

Quiero también que sea una llamada de atención y una demanda de compromiso a la sociedad civil que tanto luchó por conseguir una universidad pública para Gran Canaria desde el convencimiento de que juega un papel clave para el desarrollo social y económico de la isla. De cada una de las islas. Incluyo aquí a la Fundación Universitaria y al Consejo Social. También al profesorado, al estudiantado y al personal de administración y servicios. Nos incumbe a todos y a todas.

Nuestra Comunidad Autónoma es la competente en materia universitaria. Hace unos meses, sumándome a las peticiones de los rectores de las Universidades de Las Palmas de Gran Canaria y de La Laguna y de sus equipos de gobierno, solicité en tres ocasiones que se incrementara significativamente la financiación autonómica y que se abriera un periodo de diálogo para consensuar las nuevas leyes que se están discutiendo en el Parlamento de Canarias en relación con la investigación y la ciencia, evitando así una nueva fractura como la que se originó con la ley de consejos sociales. Desgraciadamente, nada ha cambiado desde que realicé ese llamamiento. Una foto el pasado jueves de los dos rectores, en franca camaradería con Fernando Clavijo, recibiendo un millón de euros del Gobierno de Canarias para estudios diversos, no nos puede distraer de esta realidad.

No podemos seguir a la cola de las universidades españolas en la menor inversión por alumno, muy por debajo de las recomendaciones de todos los organismos científicos estatales e internacionales. No podemos aceptar que la universidad grancanaria y la universidad tinerfeña carezcan de un marco económico a medio plazo. Para que las universidades públicas canarias puedan atender las demandas en docencia, investigación e infraestructuras que el momento reclama ha llegado la hora de que la enseñanza superior se convierta en una prioridad de la política de nuestro gobierno. Es una decisión imprescindible para ganar el futuro o lo vamos a lamentar durante décadas. Quedarnos fuera de los grandes circuitos de la investigación y la innovación condenará a Canarias a ser una sociedad dependiente y subalterna de forma permanente.

Los cambios tecnológicos, la complejidad de los programas de investigación, las demandas sociales y empresariales y la competitividad en la oferta universitaria pública, exigen desde hace años una mayor dotación de la que nuestras universidades reciben. Este desfase en inversiones se va acumulando y supone una losa que nos aleja de los puestos de la excelencia que Canarias necesita para afrontar los retos de la globalización y el desarrollo socioeconómico sostenible. Tengo la impresión de que el gobierno, y parte de los sectores más influyentes de nuestra sociedad, no son conscientes de la repercusión que una buena docencia y una buena investigación universitarias tienen en la conformación de una Canarias de progreso, innovadora y cohesionada socialmente.

Nuestra situación geográfica, el modelo económico excesivamente dependiente del turismo, el retraso sociocultural que sufrimos especialmente durante la dictadura y la limitación de recursos naturales de los que disponemos, exige que apostemos decididamente por el talento, por la formación de nuestra gente, por la investigación y por la innovación. Y la herramienta para conseguir esos objetivos y mantenernos en el concierto internacional es la formación superior. Esa necesidad, repito, la entendió toda nuestra sociedad cuando salió a la calle a reclamar una universidad plena para Gran Canaria. Hemos recorrido un camino de éxito y ahora no les podemos fallar. Ni podemos permitir que falle.

La economía azul, la biotecnología, las energías renovables, las ciencias de la salud, el turismo o la economía de los cuidados, son áreas donde las universidades canarias son punteras y tienen cuadros, trayectoria y capital acumulado para ser foco de atracción y a la vez contribuir al progreso mundial de la ciencia. Reclamo con la mayor energía y convicción posible que el Gobierno de Canarias responda con responsabilidad a esta reclamación que hacen las universidades públicas y que hoy también comparto como presidente del Cabildo Gran Canaria.

ulpgc 1Las universidades canarias atraviesan uno de los peores momentos de su historia, justo cuando están en condiciones de ofrecer sus mejores frutos porque hay equipos consolidados y programas experimentados con buenos resultados. Y reconozco que desgraciadamente este mal momento en las universidades públicas no es exclusivo de Canarias. Se están produciendo recortes presupuestarios y reformas financieras en muchas comunidades españolas, en realidad en muchos países europeos con gobiernos conservadores, con el objetivo de debilitar el sistema universitario público. Coincide con el gran cuestionamiento de la libertad de investigación y docencia en las universidades que promueven las políticas neoliberales capitaneadas por Donald Trump en EEUU y que imita Isabel Díaz Ayuso en Madrid. O la Francia de Macron, donde se ha creado un observatorio para controlar “derivas ideológicas” en la academia.

Me interesa destacar que estas medidas de recorte económico no son decisiones aisladas o producto de restricciones presupuestarias coyunturales porque justamente en este momento no pasamos por un momento de contracción presupuestaria. Por el contrario, forman parte de una estrategia global para controlar, limitar y debilitar las universidades públicas.

Y se actúa de manera parecida en todos los lugares: se desgasta la autonomía universitaria limitando sus recursos y reduciendo la financiación pública, se potencia a las privadas con mayor capacidad económica y de movimiento, se controla, con órganos superpuestos o con competencias añadidas, a los consejos sociales para orientar su actividad y facilitar su control político o económico externo o se desmotiva al personal docente y al alumnado, entre otras acciones.

Sin ningún rubor, estas políticas pretenden socavar el prestigio de la ciencia, de la libertad de investigación y el pensamiento crítico que, fundamentalmente, se generan en los ambientes universitarios donde el debate, la movilización social y la libertad de creación son sus señas de identidad. Tenemos varios ejemplos que confirman lo que decimos. La presión que se está haciendo desde la administración de Trump sobre universidades americanas prestigiosas como Harvard, Columbia o Brown por sus denuncias del genocidio que comete Israel, o su posición sobre el cambio climático o sobre la inmigración resultan escandalosas e inconcebibles en una sociedad que se reconoce democrática. En Francia Le Pen y Macron hablan de que sus universidades públicas promueven el “multiculturalismo radical”. En España PP y Vox hablan de las universidades como centros de adoctrinamiento ideológico.

La globalización está favoreciendo que una ola conservadora se extienda en todas las sociedades y presione para que las políticas se imiten y se copien. Y para encontrar coartadas para este debilitamiento se ponen en marcha campañas de desprestigio y descrédito de personalidades o programas académicos progresistas que generan desconfianza y desconcierto en la población menos informada. Estamos ante una acción sincronizada mundialmente mediante la que los sectores económicos y políticos conservadores pretenden avanzar e influir en un espacio como el del pensamiento, la ciencia y la universidad de manera sectaria. Al mismo tiempo, se criminaliza la protesta y la acción reivindicativa del estudiantado, llegando a definirlos como radicales por el simple hecho de discrepar democráticamente de la posición política conservadora.

Lo que está ocurriendo en Canarias parece un reflejo de ese movimiento español y mundial que pretende promover la privatización de las universidades ante la desconfianza que genera el debate y el posicionamiento democrático de las universidades públicas. La situación crítica de las universidades canarias coincide con este movimiento de debilitamiento del espacio universitario público. Los partidos conservadores que sustentan el actual gobierno de Canarias no están interesados en responder a esta justa y urgente demanda, pero las consecuencias en nuestra sociedad desbordan el debate democrático y se convierte en un asunto de país, de supervivencia de nuestra sociedad canaria y de garantía de la igualdad de oportunidades.

En una sociedad donde las ratios de desigualdad siguen siendo graves y con unos niveles de renta limitados, la pervivencia de las universidades públicas que garanticen el acceso de todas y de todos a la formación es un asunto capital para quienes aspiramos a una sociedad cohesionada en la que nuestra gente joven pueda quedarse a vivir con derechos y calidad.

De nuevo ha llegado la hora de defender las universidades públicas que tanto necesitamos. La apertura del nuevo curso universitario es un buen momento para reflexionar sobre ello. Todo mi apoyo como presidente del Cabildo de Gran Canaria a la asociación que promueven en estos momentos las dos universidades públicas canarias, con un respaldo detrás de casi cuarenta y cinco mil personas, para defender sus intereses, los intereses de la ciudadanía canaria.

Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria. Islas Canarias.

La capacidad de transformación de una sociedad se mide, en gran medida, por la cualificación de sus ciudadanos y por las oportunidades que sus instituciones son capaces de garantizarles. La educación es la base sobre la que se construye el progreso colectivo, porque de ella depende no solo el futuro individual de cada joven, sino también la fortaleza del tejido social y económico de toda la comunidad

En Canarias, este mes de septiembre más de 236.000 alumnos y alumnas han regresado a las aulas para continuar su formación en las diferentes etapas educativas. Sin embargo, debemos ser realistas: no todos lo hacen en igualdad de condiciones. La condición archipielágica, y muy especialmente la doble insularidad, sigue generando diferencias que afectan al acceso a las mismas oportunidades formativas. Esta es, todavía hoy, una barrera que debemos superar si de verdad queremos hablar de cohesión territorial y justicia social.

Es justo reconocer que en los últimos años se han dado pasos significativos. Cada isla cuenta con una oferta educativa más amplia y con mayores recursos, lo que constituye una base sólida sobre la que seguir construyendo. En La Gomera, por ejemplo, hemos inaugurado recientemente el nuevo Centro Integrado de Formación Profesional, donde cerca de 260 estudiantes cursan ya una veintena de cursos. Este centro representa un auténtico hito para la isla, al ofrecer una formación más diversificada, moderna y competitiva.

Pero el verdadero desafío es que esta formación esté alineada con las necesidades reales del mercado laboral. La Gomera requiere profesionales en sectores estratégicos como las energías renovables, la atención sociosanitaria, el turismo sostenible o las nuevas tecnologías aplicadas a la gestión pública y empresarial. Si logramos que la oferta formativa se adapte a estas demandas, estaremos dando un paso crucial para fijar población en la isla, reducir la dependencia exterior y garantizar un desarrollo equilibrado.

Sin embargo, no podemos obviar una realidad: muchas familias gomeras continúan soportando sobrecostes elevados cuando sus hijos deben desplazarse fuera de la isla para continuar sus estudios. Hablamos de gastos de alojamiento, manutención, transporte o materiales que, en muchos casos, suponen un esfuerzo enorme y desproporcionado en comparación con otras familias del archipiélago.

El Ministerio de Educación y el Gobierno de Canarias han articulado becas con complementos específicos para atender estas situaciones. Son medidas positivas y necesarias, pero insuficientes. Por eso, desde hace más de 15 años, el Cabildo de La Gomera ha desarrollado un programa de apoyo directo a los estudiantes que beneficia a unos 800 jóvenes cada año. Se trata de una inversión sostenida en el tiempo, que ha ido creciendo en cuantía y que volverá a incrementarse en la nueva convocatoria.

La realidad económica nos recuerda que el coste de la vida se ha encarecido de forma considerable en los últimos años. Por eso, el Cabildo ha hecho un esfuerzo adicional destinando 2 millones de euros a una batería de medidas que incluyen becas al estudio, ayudas para libros de texto, transporte de estudiantes y convenios con las universidades públicas canarias. No se trata de iniciativas aisladas, sino de una planificación coherente que persigue un mismo objetivo: garantizar que ningún joven gomero se quede atrás por falta de recursos.

Invertir en educación no es un gasto, sino la mejor apuesta de futuro que puede hacer una sociedad. Y en territorios como el nuestro, donde la doble insularidad condiciona tanto la vida cotidiana, esta inversión adquiere un valor estratégico. Estamos hablando de igualdad real, de justicia territorial y de cohesión social.

Nuestro reto es claro: avanzar hacia una Canarias de iguales, en la que todos los jóvenes tengan las mismas oportunidades, vivan en la isla que vivan. No podemos permitir que las condiciones geográficas se traduzcan en limitaciones vitales. La igualdad educativa debe ser la palanca que nos permita construir un archipiélago más fuerte, más justo y más preparado para afrontar los desafíos del futuro.

Porque solo desde la igualdad en las aulas podremos aspirar a una igualdad plena en la sociedad. Y ese es el camino que debemos recorrer juntos, con la convicción de que el derecho a la educación no puede estar condicionado por el lugar en el que uno nazca, sino garantizado en toda su extensión, en cada rincón de Canarias.

Casimiro Curbelo. Presidente del Cabildo de la isla de La Gomera. Islas Canarias.

El Pino nos convocó para ofrecernos un espacio de encuentro y de afirmación de nuestro sentido de pertenencia. Es como un volver al principio. La fiesta mayor de Gran Canaria parece que nos hiciera empezar un año nuevo. Dejamos atrás el verano y de esta manera envolvente, colectiva nos aprestamos a iniciar un nuevo curso educativo, político o laboral. Es un momento profundamente identitario en torno a la isla, la devoción religiosa, la memoria colectiva, los valores y las tradiciones culturales que nos definen.

Acudimos para celebrar, pero también para renovar el compromiso de seguir apostando por los grandes valores que han hecho de esta tierra una referencia y un lugar de atracción para quienes aquí nacimos o elegimos vivir. Somos gente solidaria que busca que todas las personas vivan con dignidad y en igualdad de condiciones. La determinación y el coraje han permitido que superemos los grandes desafíos que a lo largo de la historia hemos afrontado. Nos gusta innovar, estar en la vanguardia tanto de la ciencia, de la técnica como del arte y la cultura y apreciamos y cultivamos la canariedad como seña de identidad que nos hace originales en el gran concierto de las sociedades modernas. Acudimos a Teror para afianzar estas raíces que nos han hecho crecer.

Tenemos futuro porque tenemos historia. Un golpe de viento quebró la calma en la espesura aquel 3 de abril de 1684. Fue el primer aviso de un vendaval que no tardó en hacer temblar la arboleda con su aullido. Tumbó matos, malogró cosechas, echó por tierra algún muro y techumbre que se sostenían en precario equilibrio, como un milagro cotidiano. Tampoco pudo resistir su ímpetu el majestuoso pino canario de más de cuarenta metros de altura donde, según la tradición, hizo su aparición la Virgen del Pino.

Se cuenta que volcó sin estrépito, en lento adiós, sabedor de su inmortalidad, con la dignidad de las entidades llamadas a pervivir en la memoria de los pueblos. Cayó el árbol. Pero persiste el sentimiento de comunidad que se construyó durante siglos a sus pies y que constituye un elemento esencial de la identidad de Gran Canaria.

Hoy soplan con fuerza otros vientos. Y comprobamos a diario que resultan más amenazadores. Vienen de lejos, desde los cuatro puntos cardinales, arrastrando sombras y malos augurios. Barren el mundo entero y pretenden derribar valores y avances sociales que ha costado décadas e incluso siglos conseguir. Quieren sustituir las raíces a partir de las cuales ha ramificado una sociedad insular abierta, solidaria, unida y progresista por simientes de odio, retroceso y división.

En este contexto, creo pertinente que nos hagamos una pregunta, a la vez íntima, colectiva y universal. ¿Qué supone caminar hacia Teror? Una respuesta es que equivale a perpetuar y representar un contrato social que nos une como pueblo por encima de los intentos de polarización, con la resina de la empatía, la búsqueda de oportunidades compartidas, el respeto mutuo y la solidaridad. Hoy nos toca defender estos valores que han brotado naturalmente a lo largo de la historia del interior del tronco de la sociedad grancanaria, tan aguerrida como el propio pino canario.

Así caminamos, en viva alegoría de lo que caracteriza a nuestra isla. Cada persona viene desde su barrio, su pueblo, su loma, su barranco, su enclave costero. Proceden de distintas realidades sociales y sin duda ideológicas. Pero el destino es el mismo, como lo es la sensación generalizada de formar parte de un acontecimiento y un sentimiento común que desborda ampliamente los límites del egoísmo. Seguimos hoy una senda centenaria en la que celebramos lo que hemos sido, lo que somos y lo que queremos ser. Y debemos seguir haciéndolo, dejando huella, para que el rastro a seguir no se confunda en la maleza que crece a su alrededor.

54773888178 69076c090c oLa edición de 2025 del Pino encarna un año más la mezcla atlántica de tradición, innovación, integración y emoción que caracteriza a Gran Canaria. Y es sobre todo una expresión de unidad que se plasma de manera gráfica en la llegada de carretas procedentes de todos los municipios, junto a la del Cabildo, esta vez con una ofrenda para la ‘Madre Tierra’, como agradecimiento campesino por las cosechas. Esa imagen de unión nos sirve de inspiración en la coordinación de políticas para afrontar los grandes retos de la isla, así como del conjunto de acciones que mejoren la vida de la población con el liderazgo del Cabildo. Cualquier dispersión sería un grave error que nos debilitaría. Curiosamente, este sentido de la importancia del grupo, de la isla, está presente en las crónicas históricas. También el llamado ‘Libro de los Milagros de la Virgen del Pino de Teror’ se centra en los episodios que proporcionaban un bien generalizado.

La historia es una urdimbre. Un telar en labor permanente. Sobre todo, en el caso de Gran Canaria, una trapera milenaria a la que seguimos añadiendo nuevas y coloridas piezas. Por eso resulta tan pertinente la muestra ‘Los hilos del ayer’ organizada en el contexto de la fiesta por el Cabildo. Igualmente, el Pino es encuentro y reflejo de la condición de la isla como puente entre culturas. El XXXIII Festival Folclórico acoge manifestaciones musicales de Gran Canaria, Tenerife, La Graciosa y El Hierro. La grandeza que emana del pequeño timple en el primer pasacalle que se celebra en Canarias de este instrumento muestra a la perfección que el archipiélago necesita una voz propia, socialmente comprometida, que suene con claridad para reclamar derechos y alzarse en espacio de diálogo, sostenibilidad y progreso social. Mientras, el Certamen Teresa de Bolívar concitará voces y sones de ambas orillas en memoria de la mujer del Libertador de América, nieta de una familia de Teror. Del otro lado del tiempo y del océano, en una ola que ayuda a despejar la orilla, resuenan las palabras de Simón Bolívar cuando señaló que la patria compartida por las personas de honor es “proteger los derechos de los ciudadanos y respetar el carácter sagrado de la Humanidad”.

Todo esto y mucho más es el Pino. Un manantial invisible cuyo caudal riega nuestras aspiraciones, igual que lo hizo la fuente de agua situada en la base del árbol mágico. Por eso el Cabildo estuvo en el origen de la Romería Ofrenda y en la actualidad es parte esencial de la organización del programa de actos de la mano del Ayuntamiento de Teror. La fiesta nos brinda además la oportunidad de renovar la fe en la comunidad y en los objetivos comunes.

Pasarán los festejos. Regresará el discurrir cotidiano. Pero aquel pino que cayó sin caer continuará proporcionando sombra, con un influjo donde prevalece el sentimiento de unión, en el sentido más profundo de la palabra, aquel que sitúa el bien común y la cohesión social en lo más alto, sobre la espadaña del templo. Esta premisa marca y define el proyecto de Ecoísla que impulsa el Cabildo con convicción, resultados y objetivos inaplazables para avanzar en las soberanías hídrica, alimentaria y energética, el progreso sostenible compatible con la protección del medio ambiente y, sobre todo, de las personas, especialmente de las que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad y a las que debemos acompañar. Sostenibilidad medioambiental, social y económica, plena inclusión, innovación, ciencia, diversificación económica, justicia social, paz, derechos humanos, derecho internacional, igualdad, libertad. Nadie puede quedar atrás. Y menos en este camino.

El mito del agua que fluía de la base del pino fabuloso entraña el desvelo de toda una isla, que buscó en sus profundidades la que no caía del cielo. Sí, agua, proyectos, ilusiones, esperanza y progreso frente al barrizal que quieren extender quienes en lugar de propuestas de mejoría social solo aportan negatividad y destrucción social agitando la xenofobia, el rencor y la mentira. Usan sin reparo la desgracia ajena para levantar sus púlpitos, con escaso éxito en la isla, pero sin que esto deba hacer que bajemos la guardia. La verdadera fe, los buenos sentimientos y la tradición abierta de Gran Canaria son nuestra fortaleza frente a estas corrientes retrógradas. También la resiliencia de nuestra gente, la misma que hizo que rescataran parte del árbol caído para tallar la Cruz Verde y mantener en pie lo realmente crucial: la creencia, la lucha, la conexión, el símbolo.

Solemos referirnos a estos tiempos como tormentosos. Y lo son. Quiero finalizar recordando otra leyenda, la del marinero que aseguró haber salvado la vida en una tormenta en alta mar tras apaciguar las aguas lanzando al mar una piña recogida en el lugar donde había aparecido la Virgen del Pino, según el relato rescatado por el historiador Gustavo Alejo. Volvamos a lanzarla al océano. Y no abandonen el camino. No retrocedan. Mantengan sus principios en pie. No caeremos. No callaremos.

Antonio Morales Méndez. Presidente del Cabildo de Gran Canaria. Islas Canarias.

El inicio de este curso político ha parecido más una disputa de gallinero que una oportunidad para cimentar consensos. La confrontación partidista en torno a la propuesta de condonación de la deuda ha acaparado titulares y debates, relegando a un segundo plano lo más importante: los intereses de los más de 2,2 millones de canarios y canarias, que esperan de sus representantes a nivel nacional altura de miras, no un espectáculo de enfrentamiento permanente

No se trata de buscar culpables de la crispación que vivimos en España. Se trata de reflexionar, con serenidad, sobre lo que está en juego para Canarias y su futuro. La propuesta de quita de deuda —que permitirá a las comunidades autónomas decidir si se acogen o no a este mecanismo— debe analizarse desde lo que realmente necesita el Archipiélago. No desde las trincheras partidistas, sino desde la unidad de acción política.

En términos generales, la condonación es una medida positiva: supone un alivio financiero que puede convertirse en palanca de desarrollo y mejorar la vida de la ciudadanía. Sin embargo, en el caso de Canarias, las condiciones actuales de la propuesta son insuficientes. Precisamente por ello, el trámite parlamentario del Proyecto de Ley debe entenderse como una gran oportunidad para el consenso y la unidad de todos los canarios.

No basta con aceptar los 3.249 millones de euros previstos. Canarias debe reclamar con firmeza y serenidad los casi 5.000 millones que realmente le corresponden. Esta no es una reivindicación partidista, sino una causa común: defender los intereses del Archipiélago desde la unidad, porque solo así se garantizará un trato justo y equilibrado.

Al mismo tiempo, Canarias encara otro reto decisivo: la reforma del sistema de financiación autonómica. El crecimiento demográfico y la presión sobre los servicios públicos esenciales —sanidad, educación y políticas sociales— exigen máxima vigilancia y una posición firme ante una posible ruptura con el principio de solidaridad de este mecanismo.

El Estado, en ocasiones, ha confundido el Régimen Económico y Fiscal (REF) con la financiación autonómica, poniendo en riesgo la singularidad reconocida de Canarias. Ante ello, la respuesta no puede ser la confrontación estéril, sino la fortaleza institucional, la unidad y la responsabilidad colectiva.

Hoy más que nunca, Canarias necesita voces que unan, no que dividan. La condonación de la deuda debe entenderse como un punto de partida, no como una meta final. Es la ocasión para demostrar que, por encima de cualquier diferencia, los canarios y sus representantes son capaces de actuar juntos en defensa de su tierra.

Con serenidad, con firmeza y con visión de futuro, este proceso puede transformarse en una auténtica conquista colectiva para el presente y las próximas generaciones de las islas.

Casimiro Curbelo. Presidente del Cabildo de la isla de La Gomera. Islas Canarias.

Imagino a menudo esta isla hace más de quinientos años. La brisa salada del mar, las velas desplegadas al viento, los sueños que partían desde nuestras costas hacia lo desconocido. La Gomera fue entonces puerto de despedidas y de esperanza, y hoy sigue siendo un lugar desde el que tender puentes hacia el mundo. Esa es, precisamente, la esencia de las Jornadas Colombinas: no quedarnos atrapados en el bronce de la historia, sino usarla como espejo para interrogarnos sobre nuestro presente

Vivimos tiempos convulsos. Europa sangra en Ucrania, Gaza clama entre ruinas, y millones de seres humanos huyen del hambre, de las guerras, de la exclusión. Los organismos internacionales muestran su fragilidad, incapaces de responder a la altura de la dignidad humana. Ante esa realidad, no podemos callar ni resignarnos. La paz no es un lujo, no es una utopía distante: es pan en la mesa, escuela abierta, trabajo digno, seguridad para que ningún niño crezca bajo las bombas.

En este contexto, he querido subrayar la importancia de voces valientes, de hombres y mujeres que, como Josep Borrell, no teman llamar a las cosas por su nombre. Él ha recordado a Europa su deber de actuar y ha denunciado la barbarie que asola al pueblo palestino. Esa coherencia, ese compromiso, son ejemplo de lo que significa ser ciudadano del mundo.

Pero hablar de paz también nos obliga a mirarnos a nosotros mismos. En Canarias sabemos lo que es emigrar, y también lo que es recibir a quienes llegan buscando refugio. Lo hacemos no por caridad, sino por justicia. Ningún ser humano vale menos que otro. Por eso necesitamos más cooperación del Estado y de Europa, y también el cumplimiento real de la ley por parte de todas las comunidades autónomas.

Cuidar la paz significa, asimismo, cuidar de nuestra tierra. Canarias es una comunidad singular: alejada, fragmentada, dependiente del exterior. Por eso exige reconocimiento y apoyo decidido. Apostar por la educación, la sanidad, la vivienda, la cultura, la diversificación económica y un sistema de financiación justo no es un capricho, es una condición de paz social. Porque no habrá paz sin igualdad de oportunidades ni sin respeto a la dignidad de las personas.

Hay que rechazar la política del insulto y de la división. El camino debe ser el diálogo, el pacto, el acuerdo, el respeto mutuo. Así es como Canarias ha sabido avanzar y así debemos seguir haciéndolo.

La paz también requiere valentía para transformar la política internacional. No podemos permitir que la indiferencia o los intereses económicos pesen más que la vida humana. La diplomacia y la cooperación deben volver a ser herramientas eficaces, no meros discursos. Europa tiene que estar a la altura de su historia y de su responsabilidad, y Canarias, como frontera sur, tiene un papel estratégico para recordar al continente que la humanidad no tiene fronteras cuando se trata de defender la vida y la dignidad.

Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que la paz está ligada a la sostenibilidad. No habrá un futuro pacífico si seguimos destruyendo nuestro planeta, agotando sus recursos y condenando a generaciones enteras al desarraigo climático. Canarias, por su fragilidad insular, es un laboratorio de lo que puede ocurrir si no reaccionamos a tiempo. Apostar por las energías limpias, por la gestión responsable del agua, por un turismo sostenible y por una economía diversificada es también apostar por la paz, porque significa garantizar bienestar y seguridad para quienes vienen después de nosotros.

Hoy, desde La Gomera, como hace siglos, volvemos a tender puentes. Entre continentes, sí, pero también entre ideas, culturas y generaciones. Ese es el mensaje que queremos lanzar al mundo desde estas Jornadas Colombinas: un mensaje de paz.

Cada 8 de septiembre, la Villa Mariana de Teror se convierte en el corazón devoto de Gran Canaria. Multitudes de fieles acuden a honrar a la Virgen del Pino, patrona de la Diócesis, en una jornada donde lo religioso y lo popular se entrelazan en un mosaico de fervor, tradición y orgullo insular. Entre los muchos elementos que conforman esta celebración, uno de los que mayor simbolismo despierta es la participación de las Fuerzas Armadas

No se trata únicamente de una presencia protocolaria. El desfile de militares, la escolta al paso de la Virgen, la interpretación de himnos y la solemnidad del uniforme en un contexto religioso hablan de algo más profundo: del vínculo entre la institución castrense y la identidad del pueblo canario. El soldado que rinde honores en Teror no solo representa al Estado, sino también al hijo de estas islas que, en su servicio, enlaza la disciplina de los cuarteles con la espiritualidad de su gente.

Las Fuerzas Armadas en Canarias no son un cuerpo ajeno ni distante. Están presentes en la historia reciente de la isla, en la defensa de nuestra tierra, nuestras costas y nuestros cielos, en el auxilio durante emergencias y catástrofes, en la participación en misiones internacionales donde Canarias ha aportado hombres y mujeres que también llevan consigo la memoria de su tierra. Su presencia en la festividad del Pino es, por tanto, un recordatorio de ese doble compromiso: el servicio a la nación y la cercanía con la sociedad a la que pertenecen.

No obstante, conviene reflexionar sobre el alcance de esa participación. En un tiempo donde lo religioso se ve a menudo desplazado por lo estrictamente civil, la imagen de militares rindiendo honores a la Virgen puede generar debate. ¿Es solo tradición o es un gesto de confesionalidad? Algunos lo ven como una inercia del pasado, mientras que otros lo interpretan como un reconocimiento a la fe mayoritaria que sigue latiendo en el pueblo canario.

En mi opinión, la clave está en no reducir este gesto a un simple ritual vacío. La participación de las Fuerzas Armadas en Teror debe leerse como un símbolo de arraigo, de identidad y de respeto a las tradiciones de un pueblo que, más allá de sus creencias individuales, reconoce en la Virgen del Pino un punto de unión. El uniforme, la fe y la tradición juntos en la plaza de Teror, no son una imposición, sino un abrazo entre dos realidades que forman parte inseparable de nuestra historia colectiva.

Quizás en un futuro la sociedad reclame nuevas formas de representación, y habrá que estar atentos a esos cambios. Pero mientras tanto, el paso firme de los militares en Teror cada 8 de septiembre seguirá recordándonos que las Fuerzas Armadas no solo defienden fronteras, sino que también comparten con su pueblo los momentos de fe, emoción y memoria. Y esa es, en sí misma, otra forma de servicio.

Página 1 de 143