Muchos recordaremos cómo disfrutábamos de las noches de verano en la azotea observando las estrellas. Una experiencia de las que dejan huella a niños, y a los no tan niños, y que cada vez resulta más difícil de experimentar debido a la fuerte contaminación lumínica de nuestras ciudades y pueblos que impiden que podamos observar con claridad el cielo nocturno

Este problema, lejos de mejorar, va a más y es más grave de lo estimado. Hay muchos lugares de La Tierra en los que nunca oscurece por completo y las previsiones apuntan a que en los próximos años, la luz artificial seguirá eclipsando a las estrellas a un ritmo más alto de lo que sugerían las observaciones por satélite: cada vez será más difícil ver las estrellas.

Existe una reciente investigación realizada con observaciones llevadas a cabo desde tierra por 51.351 científicos de todo el mundo entre 2011 y 2022 y liderada por Christopher Kyba donde han calculado que el brillo del cielo nocturno por la iluminación artificial aumenta entre un 7 y un 10% por año. El aumento del uso de diodos emisores de luz (LED) blancas en el alumbrado público, en la iluminación exterior, en publicidad, en fachadas y en recintos deportivos está haciendo brillar el cielo nocturno a un ritmo espectacular y cegando nuestra visión de las estrellas.

En 2016, los astrónomos informaron de que la Vía Láctea ya no era visible para un tercio de la humanidad y el resplandor del cielo ha empeorado considerablemente desde entonces. Se calcula que, al ritmo actual, acabará siendo muy difícil ver nada en el cielo y la mayoría de las constelaciones más importantes serán indescifrables en 20 años.

La contaminación lumínica está reduciendo rápidamente el número de estrellas visibles a simple vista desde La Tierra. Se ha determinado que un niño nacido en un lugar donde hoy se ven 250 estrellas de noche sólo podrá ver unas 100 cuando cumpla 18 años.

El problema es que el público todavía no percibe la contaminación lumínica como una amenaza. Sin embargo, las consecuencias negativas de la contaminación lumínica son tan desconocidas por la población como las del tabaquismo en los años 70.

La pérdida, cultural y científica, será intensa. Todos los humanos a lo largo de la historia se han maravillado ante el cielo nocturno y sería una gran privación que la próxima generación no llegara a verlo nunca.

Aún debe aumentar mucho la concienciación para que la luz artificial nocturna no se perciba como algo positivo, sino como el contaminante que realmente es.

Muchos niños y jóvenes que viven en el medio urbano no han podido ver la Vía Láctea en toda su vida y, de seguir así, dentro de poco tendrán que viajar a lugares remotos para poder verla.
Todos, y no sólo los astrólogos, deberíamos tener derecho a disfrutar de la oscuridad del cielo nocturno.